29 de diciembre de 2014

No quiero volver a saber nada de mí.

No quiero volver a oír a hablar de mí para nada en absoluto.
Lo he intentado tantas veces. Irme de aquí, y no volver.
Más allá de la felicidad siempre me atrapa, y se vuelve contra mí.
Y caigo, como caen todas las personas que no pueden consigo mismas.
Y yo nunca he podido.
Lo voy a intentar, una vez más.
Me voy a ir de aquí, pero no muy lejos.
A la vuelta de la esquina, cogeré lo mejor o empezaré de cero. Qué más da.
Nunca he sido de principios.

Aunque no lo creáis me abrí este blog en 2009, junto con mi primer ordenador.
No sé si debería jubilarlo ya, o jubilarme yo.
Siempre me ha hecho muy muy feliz que os guste, a veces, como escribo.
Y también me enfadaba. Pero yo soy así, como las cosas que no tienen mucho sentido.
No voy a irme del todo, solo voy a crecer de golpe.
Ya no me puedo llamar Más allá de la felicidad porque tengo nombre.
Me llamo Thé, aunque a veces, y sin que sirva de precedente, Thais.

Me vais a seguir encontrando, pero esta vez aquí: http://thaisrivero.blogspot.com.es

Voy a intentarlo,
voy a intentar renovarme,
me persiguen demasiadas cosas aquí,
y por eso me voy.

Gracias por todas las visitas,
y los comentarios,
por leerme y no iros nunca.

Ahora parto yo,
GRACIAS.

8 de diciembre de 2014

Vamos a contarnos las hojas, por favor.

Al fin y al cabo solo le he hecho el amor a tipos demasiado estirados, demasiado vacíos y demasiado ebrios. 

No conozco a gente más triste que ellos. Y sin embargo, consiguen hacerme sentir, todo el tiempo, radiantemente feliz. Tiemblo por ellos más de lo que se merecen, y ni siquiera puedo hacer nada. 
Oigo noche tras noche, cómo me bailan en la cama todas esas risas que no me describen a mí para nada. Me chirrían los oídos de todo lo que me hablan. 

Me desvisten los besos y las ganas de volverme a encontrar. A veces pienso que mañana se me pasará. Se me pasarán todas las tardes de otoño que no olieron a mandarinas. Pero nunca ocurre. Nunca ocurre nada de eso. Solo me siento y espero a que alguien traiga libros nuevos y café recién hecho. 

Hace tanto tiempo que no hago el amor frente a la ventana. Mientras llueve. ¡Cómo me gusta la lluvia! Ojalá pudiéramos deshojarnos en mi balcón, te lo juro, no te arrepentirías. Y luego podríamos besarnos. Podríamos besarnos la frente, y la nariz. Podríamos besarnos las historias, las ganas y el tiempo. El tiempo que nos falta por pasar. 

Aunque siempre cabe esperar que nos encontremos en algún bar, y tú estés demasiado borracho y yo demasiado sola, y que mientras nos miramos, nos deshojemos las penas en el baño.


26 de noviembre de 2014

24 de noviembre de 2014

Esperándonos.

No nos hemos mirado todavía,
no nos hemos tocado los puntos de inflexión,
no te has columpiado por mi ombligo,
ni has navegado por mis ríos.

No nos hemos mordido las ganas,
no nos hemos deshecho de las sábanas,
no nos hemos tomado las suficientes copas,
ni hemos bailado sin ropa.

No nos hemos reído,
ni nos hemos llorado.

No sé si sabes que te escribo,
y que te leo los días.

No sé si sabes que en invierno se echa de menos,
a quien no se conoce,
y a quien se quiere conocer.

A lo mejor solo estamos esperando.
Esperándonos. 

17 de noviembre de 2014

Si hay que creer en algo, creamos en Iglesias.

«Me gusta tu cara, me gusta tu pelo, me gusta tu boca pero no me gustas tú.»

Si algo tengo que decirle a Sabina, es que ojalá no supiera tantas letras de Serrat. 
Ojalá os gustara yo, y no todo de mí. 

No creo en Dios, y he perdido esa fe ciega de la minoría de edad. 
Pero si alguien ha conseguido llorarme las emociones, que no es poco, es él. 
Y sí es por su voz, y también por su pelo, y su cara, por su forma de hablar y por cómo lo hace fácil.

Nunca he sido una persona políticamente correcta. Ni atenta.
Nunca he creído en ese amor ciego a la ciudadanía. Pero lo ha logrado.
Siempre he pensado en la idea de bien común y de propiedad privada como algo que va unido. 
Siempre he querido liderar pero no a mí misma. 

Consiguieron hacerme despertar de tan malas formas en este mundo, que ese mismo día estuve segura de que la sociedad necesitaba un cambio.

Y quizás no solo es por su coleta, 
es por lo que hace. 
Y quizás no es solo por su forma de hablar, 
es por lo que dice. 
Y quizás no es solo por su llegada, 
es por lo que significa. 

A lo mejor podemos ser felices todavía. 


8 de noviembre de 2014

Sobre distopías, cartas de amor y textos por encargo.

No sé si lo que me atormentan son las noches de lluvia o que tú ya no estás.

He vuelto a escribir, sin que nadie lo sepa, después de estos malos años que todavía nos acompañan. No recordaba si sabría hacerlo de nuevo. Después de que esos terribles soldados armados hasta los dientes tomaran el poder por la fuerza decidí dedicarme a otras cosas. Te preguntarás a qué, si solo soy escritor.
Al principio no fue fácil. Empecé a ocultar todos mis libros, todos mis borradores, todas mis malas decisiones, y las buenas, por si algún día venían y arrasaban con todo. Lo único que conservé fue mi agenda y mi diario, que bien podrían haber sido la misma cosa. Había días tan oscuros, que solo podía echarme a llorar mientras veía como la tinta se corría.
El día que vinieron a buscarte supe que no nos volveríamos a ver. Leí una docena de veces todas tus notas. A veces, cuando sentía que ya nada tenía sentido aparecías tú. Y volvía a ponerme cada mañana ese horrible uniforme de fontanero.
Nadie se lo creía. No había visto una tubería en mi vida. Mi amigo Jack se convirtió en electricista de la noche a la mañana, él, que no sabía ni pelar un cable. Creímos que era lo mejor para mantener lejos al régimen. ¿Qué le importaríamos dos simples obreros de clase baja a los grandes dirigentes? Nada. Cada uno de nosotros formaba parte de esa masa que venían planeando crear ya desde hace bastante tiempo.
Todas las tardes nos reuníamos en el bar, y fumábamos. ¡Cómo me gustaba fumar! Recuerdo cuando impusieron aquella norma de que solo podríamos fumar dos  cigarrillos diarios. Esa vez sí que me tuvieron en el punto de mira. Leí la noticia en el periódico, hace ya diez años, esbocé una gran sonrisa y me encendí un pitillo. La libertad se acabaría el día que decidieran por mí qué debía respirar.
Aún no te he contado mis grandes hazañas durante todos estos años, cómo he estado a punto de morir por mi ideología a manos de cualquier guardianucho incapaz de sublevarse contra esta tortura. Quizás esté más muerto de lo que realmente pienso. Me gustaría saber si todavía te sientes orgullosa de mí.
Créeme, de verdad. Desde que te fuiste no hay ni una sola novela que no te relate, ni una sola canción que no te describa, ni una sola película donde no te encuentre… Llevo cuarenta años soportando este calvario, cualquier día llamarán a la puerta para llevarme con ellos. Y entonces nos volveremos a encontrar. El día que descubran todos mis tratados, todos mis libros, todos mis diarios, todos mis cuentos, el día que me descubran volveré contigo.
Cuando me enteré de qué te habías ido para siempre fui incapaz de comer y dormir durante semanas. No me di cuenta hasta que vi tus zapatos de ante en casa. Nunca te los quitabas. Esos viajes tan largos hasta el centro de la ciudad solo te los hacías con ellos. Juro que si pudiera volverte a hacer el amor dejaría que los llevaras puestos.
Hace unas semanas me torturaron esos viejos pensamientos de nuevo. Si te hubiera hecho caso, si no te hubiera dejado sola ese día. Cada vez que paso por la biblioteca municipal me acuerdo de la cantidad de libros que llevabas en la mano para devolver. Todavía no sé quién fue ese desalmado que se le ocurrió cazarte y llevarte a rastras simplemente por llevar entre tus manos “La ideología alemana”. Cuando me enfado mucho y lloro, lloro como si fuera un crio, maldigo a Marx como si fuera el mismísimo Stalin. ¿Cómo iba a saberlo yo? Que no regresarías, y todo por un libro.
Si te llevara ahora por aquel lugar te horrorizarías. Han quemado tantos libros. Ya solo quedan cuentos de Esopo para los niños más afortunados y una cantidad engorrosa de ladrillos infumables sobre el régimen.
No quise estar presente el día de la quema de libros. Me parecía un sacrilegio. Pero mi amigo Jack me contó que quemaron una docena de mis volúmenes. Uno detrás de otro y catalogándome como literatura prohibida. Si algo tuve claro ese día es que soy un buen escritor.
No sé si te estarás preguntando qué hago escribiéndote todo esto. Estoy seguro de que ya lo has hecho muchas veces. Quería que supieras que después de cuarenta años de condena y de estar casi sumido en mi vejez, ha terminado. El régimen ha caído. Ya solo quedan un par de soldados intentando huir de esta luz esperanzadora que nos ha inundado a todos.
Hoy hace veinticinco años que no he vuelto a saber de ti. Y si algo quería que supieras es que ni un Estado del terror hará que este viejo pierda la memoria. Si algo tenemos los escritores es que entre tanta barbarie siempre encontramos algo que nos hace continuar. Aunque llevemos un uniforme de fontanero estúpido. Lo que me ha hecho continuar has sido tú. Después de todo, nunca he dejado de buscarte. Ni de creer en ti.
Estoy seguro que si pudiera verte ahora mismo estarías rabiando de alegría. Somos libres. Al final han venido y nos han salvado. Lo hemos conseguido. Hemos sobrevivido. Gracias por no marcharte nunca Amelié.

PD: Llevan aporreando la puerta desde que he empezado esta carta. No sé si vendrán a liberarme o a llevarme contigo de una vez por todas. Pero por favor, promete que si nos volvemos a encontrar habrás leído mi carta. Eres el amor de mi vida. El amor de un anciano decrépito a punto de morir. Te echaré mucho de menos. 

8 de octubre de 2014

Tóxica y mortal.

No sé que estás buscando si ya te lo has llevado todo. 
Has arrasado con la paz que quedaba en este lugar. Y la guerra. 
No queda nada de ti. Ni de mí.
Ya no existen las luces de neón. Ni siquiera sobrevivieron a tu catástrofe. 
Ojalá me hubieras roto más. Ojalá no me quedaran ganas de volverlo a intentar. 
Pero llevo demasiadas noches esperándote. 
Y sé que no vas a regresar. Que no te quedarás. 
Aunque te lo pida. Aunque te lo suplique como nunca. 
Y sé que no vamos a volver a perdonarnos. 
Pero ojalá vinieras. Y nos tocáramos. Como lo hacíamos antes. 
Hacerlo tantas veces como para no volver a querernos nunca. 


14 de septiembre de 2014

Al final entendí por qué lo llamaban "paraíso terrenal".

Le pregunté cuánto tiempo más tendría que esperar. Me miró y encogió los hombros. Sinceramente no lo sé. 

Llevaba ya más de tres horas sentada en una butaca, apoyada en la pared, esperando por alguien que ni siquiera sabía si aparecería. La puerta se entreabría cada media hora, como para asegurarse de que aún estaba allí.
No sé que pretenden con esto la verdad. Ni él ni todos los empleaduchos que tiene a disposición. Estoy segura de que ni siquiera está aquí, de que no me ha llamado él y de que todo esto es una broma de mal gusto.
Quedaban diez minutos para las ocho. En cuanto suenen las campanas me voy, no paraba de repetir la misma frase para mis adentros. Ni siquiera sabía qué estaba esperando.
Aquel lugar era muy deprimente. Las paredes eran blancas y lisas, había una ventanilla desde la que se veía su secretario, supongo, un guardia jurado siempre al lado del portón principal, seis sillas de espera, como las de un hospital y una puerta de aluminio del mismo color que esas deprimentes paredes. Ah, y un reloj. Que perfectamente se podría prescindir de él, puesto que la iglesia más cercana estaba a dos calles de ahí. Cada media y cada hora doblaban las campanas. A las ocho me voy, volvía a decirme.
Yo iba vestida con americana y pitillos negros, una camiseta beis de fiesta. No me preguntéis por qué, pero quién quiera que me haya llamado me trasmitió jubilo y diversión. 
No suelo ir a dónde desconocidos me requieran, pero conocía el lugar, todo el mundo hablaba de él. Pocos eran los invitados a entrar en ese paraíso terrenal, como lo llamaban los que ya habían pasado por ahí. 
Más que paraíso terrenal yo lo hubiera llamado apáñate con lo que puedas, vale nunca he sido muy buena dando nombres a las cosas, pero ese lugar era frío y funesto. Nunca había sentido la necesidad de quedarme quieta en un lugar por miedo a lo que pueda pasar. 
Las ocho menos cinco. Nunca habían ido tan lentas las manecillas del reloj. Aguanta un poco más, ya casi puedes irte sin perder ninguno de tus modales.
Cogí mi bolso, me levanté, estaba casi a la altura del guardia cuando de repente se abre la puerta y pronuncian mi nombre y mi primer apellido. Miré alrededor y no había nadie más que yo. Di media vuelta y me dispuse a entrar en esa especie de despacho. 
Cuando entré solo era capaz de distinguir luces rojas. Como en un cuarto de revelado fotográfico.
"Siéntate" oí decir. Un foco enorme de luz se encendió e iluminó una silla y un escritorio. Me recordó a la escena de una película. Si encontraba una máscara de Guy Fawkes en la habitación empezaría a preocuparme.
Después de un par de minutos oyendo susurros y pasos de un lado a otro, advertí una mano que colocaba delante de mí una especie de contrato. Eran una serie de pautas. Me habló una vez más. Su voz me resultó familiar y leyendo el papel por encima sabía ya a lo que había venido. Creo que nunca me había visto envuelta en tal situación. Tenía curiosidad por si había acertado. Por saber si de verdad era él y me había encontrado. Firmé y se encendieron todas las luces. Y por fin lo vi. Hacía tanto tiempo que no sabía nada sobre él. Pensaba que se había ido al extranjero o a algún lugar donde nadie supiese su nombre. Pero no. Estaba en la ciudad y me había citado a mí. Después de tantos vaivenes y miradas. Después de no hablarnos. De no vernos. De no ser nada. Sentí que podía detenerse toda mi vida en aquel instante y no ocurriría nada. Nada mejor que eso. 
Me miró y sonrió. ¿Estás segura? Completamente, le dije. Y sin dudarlo me levanté de la silla y me dirigí a su lado. Después de esto no hay vuelta atrás. Ni siquiera me importaba. 
Avancé en su dirección, y tras su minúsculo despacho había una puerta de hierro forjado, que resultaba pesada con solo mirarla. Esperé a que la abriera, con un poco de impaciencia. Me dejó pasar primero, y una vez los dos dentro me dijo: Bienvenida a la habitación del sexo. 
Había oído hablar sobre él que tenía gustos un tanto extraños, pero nada que no fuese capaz de asumir. Me preguntó si necesitaba algo. Beber, comer o fumar. A todas respondí negando con la cabeza. Muy bien, entonces ve al vestidor. Estaba como una niña con un juguete nuevo. Aunque quizás no era una buena metáfora. Ya me tenía preparados un par de conjuntos que rompería en cuanto saliese de allí, pero aún así me esforcé por vestirme como una verdadera puta para la cama.
Me desnudé y coloqué mi ropa encima de un estante, que por cierto, ponía mi nombre. No sé cómo sabía que mi respuesta sería sí. Me puse unas medias trasparentes, un pantaloncito de cuero negro de talle muy alto y muy cortito estilo años 80, un corsé de cremallera bastante ceñido y unos tacones tan altos que me costaba mantener el equilibrio sobre ellos. Me recogí el pelo con una coleta. Tenía la cara totalmente despejada. Me maquillé, como si fuera una profesional del oficio y salí para que me diera el visto bueno.
Estaba esperándome completamente desnudo enfrente de la puerta del vestidor. Cuando lo encontré así, como dios lo trajo al mundo, solo fui capaz de quedarme boquiabierta y no decir absolutamente nada. Mi estupor hizo que se creciera, en todos los sentidos. 
Me cogió de la mano, con mucha delicadeza. Si os digo la verdad, no lo recordaba así, pero cuando sostuvo mi mano sabía que no había cambiado tanto. 
Me sentó en la cama, y me dijo que si estaba preparada. Para todo, pensaba. Aunque solo asentía. Sacó de la mesilla de noche una corbata, y me vendó los ojos. Me tumbó y me levantó las manos. En el cabecero de la cama habían grilletes que me colocó uno en cada muñeca. 
Se acercó a mi oído y me dijo, si te portas bien no te ato los pies, confío en ti. 
Sonreí. Estaba temblando de los nervios. No sabía si era por la situación, por él o por cómo una llamada había derivado en todo esto. 
Noté cómo empezaba a pasar sus dedos por mi cuerpo, entre mis senos, por mi ombligo, rodeándolo, respetando cada curva que se encontraba, cada lunar. Solo con dos dedos me desabrochó el pantalón y me lo fue bajando. Antes de hacerlo posó su boca encima de mi entrepierna y lo oí susurrar ¿todavía no sientes nada verdad? Si os digo la verdad, me daba vergüenza que tocará las medias en ese momento, porque sabía que estaban empapadas. 
Me empezó a besar, por dónde una vez hicieron sus yemas una trayectoria. Lamía todo aquello que estaba a su alcance. Pasó su lengua y sus manos tan cerca de mi amor propio que me destensé justo en ese instante. ¿Ya está bien de delicadezas, verdad? Con sus dos manos fuertemente rompió mis medias y se abalanzó con su boca sobre mi libertad. Lamía de abajo hacia arriba y mis ingles ya lo habían notado desde antes de que hubiese posado su boca. Me acariciaba con sus dedos por cada lugar donde su lengua ya había hecho estragos. Cuando estaba casi al borde de dejarme la voz en esa habitación recorrió desde mi oscuridad hasta mi cuello con su lengua... bajando la cremallera del corsé a su paso. 
Tenía las manos totalmente extendidas, tanto como los grilletes me dejaban, puso sus labios a la altura de mi boca, cogí aire y lo sentí. Había tocado fondo desde el primer momento y mientras me dirigía a su gusto con todo su argumento me besaba. No antes, ni después. Justo la primera vez que se metió dentro de mí. Sentí sus labios y su cuerpo después de tanto tiempo. 
Me miraba, sabía que me estaba mirando, aunque yo no lo pudiera ver. Cada vez me embestía con más y más fuerza, me pegaba hasta que el dolor se convertía en placer, y no parábamos de gritar. 
Sentía escalofríos por todo el cuerpo. Cogió una fusta, de no se qué lugar, y cada vez que notaba que me iba a correr me daba en los pezones. Pero pasaba su lengua para sanarlos. 
Una de las veces le supliqué que me dejará llegar ya, que estaba apunto de explotar. Se acercó a mí oído y dijo "cuando quieras, cariño", me embistió una vez más y sentí que caíamos. Su cuerpo contra el mío, a la par, nos habíamos dejado la voz y todas las cuentas pendientes que nos debíamos. 

No recuerdo cómo, porque caí rendida en el acto, pero cuando desperté ya estaba desatada y con mi ropa puesta. En la misma cama donde hacía un par de horas no habría podido quedarme en silencio. 
Me levanté y miré alrededor. No vi a nadie. Solo una nota en la almohada y una cartel fluorescente que ponía "SALIDA". 

Me puse los zapatos, cogí mi bolso y leí la nota de camino a la puerta de salida.

"Gracias por las noches que no pasamos, 
por los besos que faltaron, 
por conservar las ganas.
No nos hacíamos falta, 
pero necesitaba recordarte que tú también eres mía, 
aunque sea solo entre estas cuatro paredes. 

Te llamaré. 
Si no, ya sabes dónde encontrarme."

Deje entrever una sonrisa, salí del edificio, guardé la nota y me encendí un cigarrillo. Miré a la única ventana del edificio, sabía que estaba ahí. Cogí el pitillo con la mano derecha y me despedí de él. Sabía que era el final. Aunque ingenuos de nosotros creyéramos que no. 


3 de septiembre de 2014

Al desamor de mi vida.

¿Te acuerdas cuando ya no podíamos ni vernos? Pensé que me moría si tú te habías dado cuenta también. 

Debí haberlo pensando como mil veces, una por cada vez que te miraba a los ojos y no sentía nada. Una por cada vez que te besaba y conservaba el aliento. 
Pude hacerlo tantas veces, de tantas formas, con tantas palabras... y me quedé en silencio. 

Estuve a punto de gritártelo a la cara. Mil y una veces. Y nunca me atreví. Si me hubieras conocido, al final lo hubieras sabido tú. Me tenía que ir. Sin el amor. Sin las ganas. Sin ti. 

Ya ninguno de los dos queríamos compartir la almohada ni las mantas, que nunca abrigaron a los corazones helados. Estuve a punto de dejarte una carta. Pero nunca supe que decirte. 

Al (no) amor de mi vida, 
por no seguir, 
por no ayudarme a continuar, 
por llorarme los días. 

Me hubiera roto en más trocitos aún si cabe. 
No quería ser yo quién te dijera que ya no podía huir más estando tan cerca. 

Y todavía, a veces, echo de menos como (no) me querías. 

No soy poeta, 
pero te he mentido tantas veces en el papel, 
que aún no entiendo como me crees bajo las sábanas.

Ya te había dicho que no quería escribirte una carta. Nunca he sido de escribir cartas al desamor de mi vida.

Pero quizás. 
Por si algún día apareces. 
En algún lugar...

...donde ya nos hayamos querido antes.

11 de julio de 2014

Día 107.

No sé si me estás echando de menos, pero ojalá lo estuvieras haciendo.

Los días pasan tan rápido que ya ni siquiera recuerdo tu nombre. Ni como gemías en mi almohada. 
Las noches ya no huelen a rosas rojas y tu boca ya no sabe a mi carmín rosa, sino a Bourbon barato.
Podría distinguir esa silueta en cualquier lugar y tú ni siquiera sabrías que te estoy mirando.
Te he visto sonreír demasiadas veces después de irte, pero podría arriesgarme a decir, que tu mirada me echa tanto de menos que eres incapaz de verme sin hundirte en la más absoluta tristeza. 

Lo siento, 
no sé cuando tengo que parar de escribir.


Deberías saber que por encima de todo y solo por debajo del amor está tu nombre. Y no sé si eso es bueno o malo. 

25 de junio de 2014

Me he perdido durante un par de meses, o me he encontrado, no sé.

No sabía cómo se acababan las etapas, pero ya lo he entendido. 

Deberíais saber que he acabado segundo de bachillerato, con una clase maravillosa, y que he aprobado la PAU. También deberíais saber que voy a estudiar filosofía, y que no voy a ser docente. 
Pero sobre todo, deberíais saber que no sé superarlo. Que me gusta perderme y no encontrarme nunca. O quizás solo quiero que me encuentren. 
Ellos han hecho que pase unos meses maravillosos, y con lo mínimo que podría agradecérselos es con un vídeo.  


La publicidad no es cosa mía, es cosa del trial de Sony Vegas. 

21 de junio de 2014

Día 97.

Llevo tres meses, seis días y cuatro horas sin saber de ella. 

He estado mil veces apunto de rendirme. Ciento cincuenta copas después, puedo decir que soy incapaz de olvidarla. Hoy he soñado con ella. He soñado que me destrozaba la vida y que se quedaba contemplando desde un banco cómo me hundía en mis propias lágrimas. Inmutable. Impasible. Inhumana. 
No quiero que sepa que he vuelto a fumar. Me tiembla el pulso cada vez que enciendo un cigarrillo y se consumen las esperanzas de recuperarla. Nunca me habían querido tan mal. Aunque quizás yo no supe quererla demasiado bien. 
He leído hoy en la prensa local que lloverá mañana. Para mí, desde que se fue, nunca ha dejado de llover.

Llevo tres meses, siete días y trece minutos sin saber de ella. Pero nunca he dejado de recordarla. 


20 de junio de 2014

Etílicamente muerto.

Hoy ya he perdido la cuenta de las copas que llevo encima. 

Me he levantado oliendo a ginebra barata y lo primero que he hecho después de salir corriendo a vomitar al baño, ha sido servirme otro trago. Ya no sé si lo que me embriaga es el alcohol o sus medias en mi cajón. Se ha olvidado mi vida en el altillo. Ha salido corriendo por las escaleras arrasando todo a su paso. Odio acabar todos los días en el mismo tugurio, rodeado de historias que ni se le asemejan, suplicando el carmín de alguna chica de la barra para olvidar tu boca. Ya ni siquiera recuerdo como besabas. Soy incapaz de darme cuenta cuando comienzo a escribirte, pero sé que cada vez que lo hago pierdo. 
Tengo miedo de volver a rendirme ante esa falda demasiado corta y ese pelo demasiado alborotado. No merezco morir esperando tu llamada. He perdido mi teléfono hace semanas, tras unas copas de más y unos cabales de menos. Lo siento, no debería hacer esto, pero ya es demasiado tarde. Estoy pintando los colores de tu sombra en mi almohada, a ver si de una vez puedo dormir tranquilo. Aunque no sea en tu boca. Aunque ya no quieras volver.

10 de mayo de 2014

Nunca había publicado la disertación que presenté, hasta ahora.

“Cuando alguien te pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta tiende a ser irónica y mordaz.”

Así hablaba Gilles Deleuze sobre la respuesta a la que nos conduce la pregunta formulada “¿Para qué sirve la filosofía?”. Y si necesitamos agresividad para responder a este tipo de cuestiones es mejor concluir ya con que la filosofía no sirve para nada. 
Porque… ¿para qué es útil la filosofía? Lo que “sirve para algo” debe tener alguna función, normalmente técnica, que nos proporcione algún beneficio para algo que requiramos. Sin embargo, el conocimiento, el estudio de la filosofía, no nos aporta nada de eso. 
Corrientes filosóficas como el utilitarismo partían de la base de que una acción será correcta si, con independencia de su naturaleza intrínseca, resulta útil o beneficiosa para ese fin de máxima felicidad. 
Entendemos “fin de máxima felicidad” como un supuesto psicológico que le parece evidente a Bentham, padre del utilitarismo. Se refiere a que un hombre no solo buscará su felicidad sino la de los que le rodean ya sea en su vida privada como pública. Todas sus acciones dependerán de este supuesto.
Dejando a un lado la aclaración anterior, podemos observar en este tipo de teorías éticas que siempre que algo sea útil la acción será correcta. Pero, hemos llegado a la conclusión de que la filosofía no sirve para nada y si además asimilamos este patrón, se refuerza nuestra hipótesis. 
Aunque la contradicción en el uso de términos es evidente, si el utilitarismo es una corriente filosófica y la filosofía es algo inútil, ¿por qué la usaban? ¿Por qué se hacían llamar amantes de la sabiduría esos que solo buscaban herramientas para realizar otros fines? 
Resulta casi imposible no recordar en este caso al filósofo por antonomasia, Aristóteles, quien en una parte de su Metafísica dedica un texto a este “conocimiento” que denominamos filosofía. Parece que en “la admiración”, nombre por el que reconocemos el fragmento, es una clara contraposición a las posturas utilitarista de Bentham y Stuart Mill, pese a los siglos de diferencia entre unas y otras. Aristóteles intenta plasmar lo ridículo que resulta valorar esta ciencia, entendiendo ciencia como conocimiento, por la utilidad que tenga para realizar otras cosas. Todos aquellos hombres que filosofaron lo hicieron para huir de la ignorancia, cuando tenían un problema o por motivos similares, y ya teniendo cubiertas todas sus necesidades. Al llegar a este punto, de no pasar necesidad alguna, debería llegarse a la total armonía de la mente y el cuerpo ya que se piensa que en eso se basa la felicidad. Pero siempre surge alguna pregunta, algún problema irresoluble por los métodos más prácticos que podamos imaginar. Es ahí entonces donde surge la filosofía, eso que no es arte, ni ciencia, ni técnica… Es sabiduría. Es la capacidad de meditar, de abstraerse de algún modo de la realidad para encontrar una respuesta que probablemente se halle en nosotros mismos. Es la forma de huir de la ignorancia, y es aquí donde observamos que la filosofía no sirve para llegar a un fin, sino para serlo en sí misma.
¿Y qué más podríamos decir sobre un planteamiento tan pesimista sobre ella? Cerrar el archivo y salir sin guardar sería una opción. Pero recordando una de las frases célebres de nuestro ya mencionado Aristóteles, “El ser humano no hace nada que no sea por necesidad.”, podemos seguir nuestro planteamiento sin tener que romper a llorar.
Remitiéndonos a la cita anterior, y a nuestros argumentos pasados, podemos deducir que, si es cierto que el hombre no hace nada “por amor al arte”, y que la filosofía es un fin en sí misma, pese a que no sirva para nada, es indiscutible que cientos de filósofos hacían su labor por necesidad, por lo que podemos observar que la filosofía aparte de necesaria es imprescindible. Ningún hombre nace entendido en esta disciplina, puesto que muchos mueren sin apenas conocerla, pero viviendo bajo leyes morales establecidas por su cultura, donde probablemente sea adoptada una postura relativista. Es decir, estos cerdos satisfechos que probablemente no busquen respuesta más allá de qué habrá de comer hoy, se rigen por una ética enseñada desde la infancia, que les permite establecer la diferencia entre el bien y el mal. Puesto que no en todo el mundo esta diferencia es clara, allí donde estemos, nos encontraremos con una educación en valores distinta a la de cualquier otra parte del mundo. Esta educación en valores pertenece claramente a una parte de la filosofía, aunque muchos no lo reconozcan o sepan apreciarlo. Ser capaz de diferenciar entre lo bueno y lo malo ya nos está haciendo humanos. Un animal se rige únicamente por sus necesidades biológicas, en términos más concretos, sus instintos. Un hombre no puede rebajarse a ser llamado bestia y su única forma de evitarlo por completo y ser digno de llamarse Hombre, con mayúscula, es mediante el pensamiento filosófico. La filosofía ni sirve ni es útil para (otro fin), pero nos hace seres humanos, personas racionales, impone la armonía que hace falta entre el cuerpo y nuestra mente. La búsqueda de respuestas no inmediatas nos hace más humanos. Y claro que podríamos diferenciar y clasificar a cada uno de los individuos por su nivel de indagación en sí mismos y su capacidad deductiva y de abstracción, por su compromiso consigo mismo, por cuanto ha huido ese cuerpo de la ignorancia. 
Mas la filosofía se cree entendida por todos y al parecer resulta una pérdida de tiempo por ello. Pues muchos hablan de que los filósofos dicen cosas que todo el mundo sabe pero con palabras que no se entienden. Ha de venir cualquier filósofo de la antigüedad a explicar que ni siquiera ellos mismos entendían en profundidad esa episteme a la que intentaban llegar. Sócrates, destacado filósofo ateniense, afirmaba no saber nada, él, uno de los pocos que quizás llegó a comprender mucho más que cualquier otro prójimo suyo. Entender la filosofía no es cuestión estricta de terminología puesto que todos nosotros sabemos usar un diccionario. Tampoco se trata de leer indiscriminadamente obras sobre reflexiones que quizás ni siquiera nos interesen ya sea por la temática o por la incapacidad de comprensión, ya que con ninguno de estos propósitos llegaremos a entenderla. Es más, quien dice haberla comprendido por completo está en un craso error. La filosofía no es lo que se ha estancado sino el ser humano. Y si unos gurús del tres al cuarto declaran, a sus entenderes, poderse comparar con un verdadero filósofo solo podrán recibir mofa, al menos por mi parte. La filosofía no es una ciencia exacta, ni experimental, ya lo hemos dicho, no es una lengua extranjera ni un estudio práctico, no es memorable a niveles académicos, ni puede llegarse a demostrar con algún tipo de experimento. La filosofía influye en cada una de las ciencias conocidas desde su raíz más elemental. Pese a que todas las ciencias hagan más falta que esta para el desarrollo de la vida cotidiana, necesidades primarias o tantas otras cosas… ninguna es más importante.
No podríamos desarrollar una vida plena sin ella, sin conocimiento, sin la búsqueda de uno mismo en el ser. El propósito de filosofar no va más allá del mero conocimiento propio de cuestiones tan variopintas como ramas de esta haya. Haciendo alusión a Savater, ahora somos capaces de entender su famosa frase “Se puede vivir de muchos modos, pero hay modos que no dejan vivir”, y vivir sin filosofía es claramente uno de ellos. Es obvio entonces que, desde un principio, somos incapaces de imaginar a un hombre que pueda vivir sin ninguna lección moral, sin observar la belleza que nos brinda un amanecer, sin la toma de decisiones propias carentes de meditaciones previas… para eso es para lo que está la filosofía. Para ayudarnos, para forjarnos como seres humanos, para vivir en sociedad, para deleitarnos con su parte más hermosa, la estética, para encontrarnos a nosotros mismos, para no ser bestias sino personas. Personas que han sido capaces de llegar a ser un fin para sí mismos. Fin que solo se puede conseguir mediante una ciencia dedicada a ella misma, la filosofía.

6 de marzo de 2014

Ha perdido todo el sentido en algún momento. Y quizás, a riesgo de ser como yo, lo ha recobrado al final.

Él sabía a natillas de vainilla y olía a césped recién cortado. Decidme si no era una maravilla. 

No he vuelto a ver luces de neón rojas en medio de autopistas demasiado solitarias. Y ni las echo de menos. Estaba esperando a que unas manos suficientemente bizarras me agarraran tan fuerte como para sacarme del poso de su café de los martes. Y de los miércoles. 

Primavera con una esquina rota pasó de ser un sentimiento a convertirse solo en un libro. 

Me gustaban las rosas, pero no dejaría de enamorarme de sus margaritas. Y de sus ojos. Debería estar prohibido no hablar de ellos y del mar en la misma frase. Naufragaría sin necesidad de que nadie me lo pidiera. Ya lo hago. 

He vuelto a tener ganas de escribir poesía y eso que mis versos, y mis besos, solo lo recorrerían a él. 

Y todo esto porque ha acabado definitivamente con el número diez. Ha desaparecido de mis carreteras y del lado derecho de la tabla periódica.

25 de febrero de 2014

Gigi.

Nunca había oído llamar a alguien de esa forma, Gigi, sonaba tan bien. 

Me recordaba al sonido de las motos arrancando y yendo a toda velocidad por las costas italianas. Y no preguntéis por qué Italia, porque ni siquiera lo sé. Gigi era como el café recién hecho un lunes a las siete de la mañana. Gigi sonaba a mar cada vez que lo decías, a una ola rompiendo, y a la tranquilidad de una playa de arena blanca. Gigi olía a cuero nuevo, a gasolina y a manzanas. Gigi era mis estaciones del año favoritas, y la nieve. ¡Gigi era toda la nieve que nunca había tocado! Gigi se llevaba las escorrentías de mis relieves y las volvía arcoíris. Gigi era la fuerza que me faltaba, mi tigre de bengala. 

Nunca había oído llamar a alguien de esa forma, pero cuando lo hicieron, sabía que era ella.


(He puesto Gigi y esta es la primera imagen que ha salido, y me ha transmitido tanta positividad que ya no podía elegir otra.)

7 de febrero de 2014

Café.

Estás tan triste mirando los posos del café de hace dos días que no te das cuenta las veces que toca el fondo del vaso a tu puerta. Deberías saber que nunca he comprendido en que se mide el amor. Pero ojalá se midiera con tu sonrisa.

coffee and cigarettes

22 de enero de 2014

La mezcla de wolframio y amor me hace débil.

Y ojalá nos besáramos en medio de Gran Vía. 
Sería como si los barbitúricos que guardo en el pastillero de tu bolsillo desaparecieran por unos instantes.
Y solo tú, yo y Madrid, sin tener Madrid nada que ver en esto, estuviéramos en escena.
Deja que te diga, que querría que fueras mi primer chico de capital, aunque ni siquiera conociéramos los escondrijos de la ciudad.
Pero los encontraríamos. Sé que lo haríamos. Y si no en Madrid, en cualquier otro lugar, donde la noche estuviera iluminada por demasiadas luces incandescentes. La mezcla de wolframio y amor me hace débil. 
Y dime que no me querrías debajo del muérdago de cualquier tienducha pueblerina. Que no nos besaríamos. 
Al final tendrías que enseñarme como no debería mirarte después de pasar por Gran Vía contigo.

Y devolverme el pastillero.