6 de marzo de 2014

Ha perdido todo el sentido en algún momento. Y quizás, a riesgo de ser como yo, lo ha recobrado al final.

Él sabía a natillas de vainilla y olía a césped recién cortado. Decidme si no era una maravilla. 

No he vuelto a ver luces de neón rojas en medio de autopistas demasiado solitarias. Y ni las echo de menos. Estaba esperando a que unas manos suficientemente bizarras me agarraran tan fuerte como para sacarme del poso de su café de los martes. Y de los miércoles. 

Primavera con una esquina rota pasó de ser un sentimiento a convertirse solo en un libro. 

Me gustaban las rosas, pero no dejaría de enamorarme de sus margaritas. Y de sus ojos. Debería estar prohibido no hablar de ellos y del mar en la misma frase. Naufragaría sin necesidad de que nadie me lo pidiera. Ya lo hago. 

He vuelto a tener ganas de escribir poesía y eso que mis versos, y mis besos, solo lo recorrerían a él. 

Y todo esto porque ha acabado definitivamente con el número diez. Ha desaparecido de mis carreteras y del lado derecho de la tabla periódica.