26 de noviembre de 2014

24 de noviembre de 2014

Esperándonos.

No nos hemos mirado todavía,
no nos hemos tocado los puntos de inflexión,
no te has columpiado por mi ombligo,
ni has navegado por mis ríos.

No nos hemos mordido las ganas,
no nos hemos deshecho de las sábanas,
no nos hemos tomado las suficientes copas,
ni hemos bailado sin ropa.

No nos hemos reído,
ni nos hemos llorado.

No sé si sabes que te escribo,
y que te leo los días.

No sé si sabes que en invierno se echa de menos,
a quien no se conoce,
y a quien se quiere conocer.

A lo mejor solo estamos esperando.
Esperándonos. 

17 de noviembre de 2014

Si hay que creer en algo, creamos en Iglesias.

«Me gusta tu cara, me gusta tu pelo, me gusta tu boca pero no me gustas tú.»

Si algo tengo que decirle a Sabina, es que ojalá no supiera tantas letras de Serrat. 
Ojalá os gustara yo, y no todo de mí. 

No creo en Dios, y he perdido esa fe ciega de la minoría de edad. 
Pero si alguien ha conseguido llorarme las emociones, que no es poco, es él. 
Y sí es por su voz, y también por su pelo, y su cara, por su forma de hablar y por cómo lo hace fácil.

Nunca he sido una persona políticamente correcta. Ni atenta.
Nunca he creído en ese amor ciego a la ciudadanía. Pero lo ha logrado.
Siempre he pensado en la idea de bien común y de propiedad privada como algo que va unido. 
Siempre he querido liderar pero no a mí misma. 

Consiguieron hacerme despertar de tan malas formas en este mundo, que ese mismo día estuve segura de que la sociedad necesitaba un cambio.

Y quizás no solo es por su coleta, 
es por lo que hace. 
Y quizás no es solo por su forma de hablar, 
es por lo que dice. 
Y quizás no es solo por su llegada, 
es por lo que significa. 

A lo mejor podemos ser felices todavía. 


8 de noviembre de 2014

Sobre distopías, cartas de amor y textos por encargo.

No sé si lo que me atormentan son las noches de lluvia o que tú ya no estás.

He vuelto a escribir, sin que nadie lo sepa, después de estos malos años que todavía nos acompañan. No recordaba si sabría hacerlo de nuevo. Después de que esos terribles soldados armados hasta los dientes tomaran el poder por la fuerza decidí dedicarme a otras cosas. Te preguntarás a qué, si solo soy escritor.
Al principio no fue fácil. Empecé a ocultar todos mis libros, todos mis borradores, todas mis malas decisiones, y las buenas, por si algún día venían y arrasaban con todo. Lo único que conservé fue mi agenda y mi diario, que bien podrían haber sido la misma cosa. Había días tan oscuros, que solo podía echarme a llorar mientras veía como la tinta se corría.
El día que vinieron a buscarte supe que no nos volveríamos a ver. Leí una docena de veces todas tus notas. A veces, cuando sentía que ya nada tenía sentido aparecías tú. Y volvía a ponerme cada mañana ese horrible uniforme de fontanero.
Nadie se lo creía. No había visto una tubería en mi vida. Mi amigo Jack se convirtió en electricista de la noche a la mañana, él, que no sabía ni pelar un cable. Creímos que era lo mejor para mantener lejos al régimen. ¿Qué le importaríamos dos simples obreros de clase baja a los grandes dirigentes? Nada. Cada uno de nosotros formaba parte de esa masa que venían planeando crear ya desde hace bastante tiempo.
Todas las tardes nos reuníamos en el bar, y fumábamos. ¡Cómo me gustaba fumar! Recuerdo cuando impusieron aquella norma de que solo podríamos fumar dos  cigarrillos diarios. Esa vez sí que me tuvieron en el punto de mira. Leí la noticia en el periódico, hace ya diez años, esbocé una gran sonrisa y me encendí un pitillo. La libertad se acabaría el día que decidieran por mí qué debía respirar.
Aún no te he contado mis grandes hazañas durante todos estos años, cómo he estado a punto de morir por mi ideología a manos de cualquier guardianucho incapaz de sublevarse contra esta tortura. Quizás esté más muerto de lo que realmente pienso. Me gustaría saber si todavía te sientes orgullosa de mí.
Créeme, de verdad. Desde que te fuiste no hay ni una sola novela que no te relate, ni una sola canción que no te describa, ni una sola película donde no te encuentre… Llevo cuarenta años soportando este calvario, cualquier día llamarán a la puerta para llevarme con ellos. Y entonces nos volveremos a encontrar. El día que descubran todos mis tratados, todos mis libros, todos mis diarios, todos mis cuentos, el día que me descubran volveré contigo.
Cuando me enteré de qué te habías ido para siempre fui incapaz de comer y dormir durante semanas. No me di cuenta hasta que vi tus zapatos de ante en casa. Nunca te los quitabas. Esos viajes tan largos hasta el centro de la ciudad solo te los hacías con ellos. Juro que si pudiera volverte a hacer el amor dejaría que los llevaras puestos.
Hace unas semanas me torturaron esos viejos pensamientos de nuevo. Si te hubiera hecho caso, si no te hubiera dejado sola ese día. Cada vez que paso por la biblioteca municipal me acuerdo de la cantidad de libros que llevabas en la mano para devolver. Todavía no sé quién fue ese desalmado que se le ocurrió cazarte y llevarte a rastras simplemente por llevar entre tus manos “La ideología alemana”. Cuando me enfado mucho y lloro, lloro como si fuera un crio, maldigo a Marx como si fuera el mismísimo Stalin. ¿Cómo iba a saberlo yo? Que no regresarías, y todo por un libro.
Si te llevara ahora por aquel lugar te horrorizarías. Han quemado tantos libros. Ya solo quedan cuentos de Esopo para los niños más afortunados y una cantidad engorrosa de ladrillos infumables sobre el régimen.
No quise estar presente el día de la quema de libros. Me parecía un sacrilegio. Pero mi amigo Jack me contó que quemaron una docena de mis volúmenes. Uno detrás de otro y catalogándome como literatura prohibida. Si algo tuve claro ese día es que soy un buen escritor.
No sé si te estarás preguntando qué hago escribiéndote todo esto. Estoy seguro de que ya lo has hecho muchas veces. Quería que supieras que después de cuarenta años de condena y de estar casi sumido en mi vejez, ha terminado. El régimen ha caído. Ya solo quedan un par de soldados intentando huir de esta luz esperanzadora que nos ha inundado a todos.
Hoy hace veinticinco años que no he vuelto a saber de ti. Y si algo quería que supieras es que ni un Estado del terror hará que este viejo pierda la memoria. Si algo tenemos los escritores es que entre tanta barbarie siempre encontramos algo que nos hace continuar. Aunque llevemos un uniforme de fontanero estúpido. Lo que me ha hecho continuar has sido tú. Después de todo, nunca he dejado de buscarte. Ni de creer en ti.
Estoy seguro que si pudiera verte ahora mismo estarías rabiando de alegría. Somos libres. Al final han venido y nos han salvado. Lo hemos conseguido. Hemos sobrevivido. Gracias por no marcharte nunca Amelié.

PD: Llevan aporreando la puerta desde que he empezado esta carta. No sé si vendrán a liberarme o a llevarme contigo de una vez por todas. Pero por favor, promete que si nos volvemos a encontrar habrás leído mi carta. Eres el amor de mi vida. El amor de un anciano decrépito a punto de morir. Te echaré mucho de menos.