Me acuerdo de un día de lluvia. De mi intentando salir, y dos segundos después de abrir la puerta, verme dando dos pasos atrás para coger un paraguas, y de llegar y verte empapado.
Y no paraba de llover ni un segundo. Y no dejaba de abrazarte ni un momento.
Tenías que marcharte. Pronto.
Pero me gustaba. Me gustaba el momento, el tu y yo, y mil gotas más alrededor. El que tus manos se entrelazaran en mi cintura. El que nuestros labios se buscaran. El frío estremecedor. Todo acompasado. Parecía como si todo a nuestro alrededor bailara un recóndito vals y nosotros fuéramos las dos piezas que acababan de unirse. Y no sabíamos bailarlo, pero lo hicimos nuestro. Para siempre.
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