Le preguntaría una vez más por todas aquellas veces que hablamos sin decir nada, por todas esas tardes perdidas en sollozos de las faldas de una quinceañera enamorada. Luego se apagaría por completo, bajaría las luces del plató y meditaría cual sería su siguiente frase. Nunca ha sido demasiado buena tomando decisiones, pero una vez oyó decir a alguien que si no eliges todo sigue igual, nada va a cambiar, aunque el tiempo pase y ni siquiera éste considere la opción de esperarte.
Yo la oía desde el otro lado del salón, meditando acerca de la historia de siempre. No sabría decir, ni aún mirándola a los ojos, qué es lo que estaba pensando. Solo sabía una cosa con certeza, abandonar para ella nunca era una opción.
Deberías haber pasado por mí tantas veces como yo lo he
hecho por ti. Deberías haber recogido las hojas de un otoño perenne, para
demostrarme que nada es imposible. Deberías haberte perdido en mi falda, tantas
veces como yo me perdí en tus bolsillos. Deberías haberme regalado todas las
estaciones del año una vez más. Deberías haber tomado el primer vuelo y no el
último. Deberías haberme recorrido desde los pies a la cabeza, y no al revés.
Deberías haberte quedado pegado bajo las sábanas de los “hasta luego” y no
parar de sentirme. Deberías haber impuesto mano dura en mis dudas, y en las
tuyas. Deberías haberte llevado todos mis miedos con solo dos palabras. Pero
sobretodo, deberías haberte desnudado del todo para mí, porque yo sigo desnuda
para ti. Encontrándome con las esquinas de tu alma cada vez que tropiezo, y rompiendo
los muros inquebrantables de al lado de tu pecho.
Deberías acabar de desnudarte, y hacerlo solo para mí.