Al fin y al cabo solo le he hecho el amor a tipos demasiado estirados, demasiado vacíos y demasiado ebrios.
No conozco a gente más triste que ellos. Y sin embargo, consiguen hacerme sentir, todo el tiempo, radiantemente feliz. Tiemblo por ellos más de lo que se merecen, y ni siquiera puedo hacer nada.
Oigo noche tras noche, cómo me bailan en la cama todas esas risas que no me describen a mí para nada. Me chirrían los oídos de todo lo que me hablan.
Me desvisten los besos y las ganas de volverme a encontrar. A veces pienso que mañana se me pasará. Se me pasarán todas las tardes de otoño que no olieron a mandarinas. Pero nunca ocurre. Nunca ocurre nada de eso. Solo me siento y espero a que alguien traiga libros nuevos y café recién hecho.
Hace tanto tiempo que no hago el amor frente a la ventana. Mientras llueve. ¡Cómo me gusta la lluvia! Ojalá pudiéramos deshojarnos en mi balcón, te lo juro, no te arrepentirías. Y luego podríamos besarnos. Podríamos besarnos la frente, y la nariz. Podríamos besarnos las historias, las ganas y el tiempo. El tiempo que nos falta por pasar.
Aunque siempre cabe esperar que nos encontremos en algún bar, y tú estés demasiado borracho y yo demasiado sola, y que mientras nos miramos, nos deshojemos las penas en el baño.
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