Él sabía a natillas de vainilla y olía a césped recién cortado. Decidme si no era una maravilla.
No he vuelto a ver luces de neón rojas en medio de autopistas demasiado solitarias. Y ni las echo de menos. Estaba esperando a que unas manos suficientemente bizarras me agarraran tan fuerte como para sacarme del poso de su café de los martes. Y de los miércoles.
Primavera con una esquina rota pasó de ser un sentimiento a convertirse solo en un libro.
Me gustaban las rosas, pero no dejaría de enamorarme de sus margaritas. Y de sus ojos. Debería estar prohibido no hablar de ellos y del mar en la misma frase. Naufragaría sin necesidad de que nadie me lo pidiera. Ya lo hago.
He vuelto a tener ganas de escribir poesía y eso que mis versos, y mis besos, solo lo recorrerían a él.
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