23 de mayo de 2013

Literatura.

Lo habían conseguido al fin. Tras acabar manejando con la mayor soltura posible el lápiz y el papel habían dado con ella. Siglos de escritos les habían engañado, les habían vendado los ojos y habían creído hacer de todo aquello un arte. Cada uno de los grabados no dejaba de ser un trocito de cada autor, incluso en las runas ya se podía detectar su esplendor. Pero faltaba algo, algo que le diera ese matiz de distinción, esa belleza capaz de dar escalofríos en el alma tan solo con abrir esos pergaminos o pasar esas páginas. Y la encontraron. De repente, y sin previo aviso, sabían que era. Dejaron atrás su significado literal y la convirtieron en una realidad digna de muy pocos. 

Su designio no iba más allá del mero cultivo humano pero no hacía falta ser un ilustre para identificarla. La armonía fluía por cada pincelada, como si de un cuadro se tratase, eran obras de arte convertidas en letras, letras que no dejaban de ser historias fantásticas o totalmente verosímiles, sentimientos de amor-odio, del temor a la muerte o de las ganas de vivir, todo ello acompañado con una manera determinada de decir las cosas por cada autor, con ese matiz de distinción. Esos creadores del arte, del gran arte, ese dominio de la palabra, de la prosa y el verso, de la manipulación sensorial de sus lectores, solo ellos lo habían conseguido, solo ellos LA habían conseguido. Literatura.

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