26 de abril de 2013

Estocolmo, o como dejar mi caja de Schrödinger atrás.

Inevitable, inevitablemente tenía que doler. Tenía que desgarrar cada una de las partes aún más sino la bestia no se quedaría contenta. Se saciaba a base de mi sangre pero lo hacía lentamente, a veces parecía que me cuidaba pero era todo mentira. Me cebaba, me cebaba, como si yo fuera un cerdo para devorarme luego, para que no quedara rastro de mi paso. Era un mal bicho. 

Yo no era capaz de entender lo que pasaba, solo lo observaba atemorizada, deseando que nunca acabara del todo conmigo, que algún día todo esto cesaría y me salvaría de él mismo, de su propia bestia. Como si yo pudiera pensar que las bestias aún sienten compasión por alguien, como si yo pudiera pensar que las bestias como él pueden sentir algo. 

Invocaba cada una de sus críticas carencias con mi mirada cuando estaba sobre mí, enseñándome esos colmillos enormes. Yo solo era capaz de contener mis miedos en una cajita que había formado con todos los escombros que dejaba por ahí. La denominé la cajita de Schrödinger puesto que nunca supe si realmente mi miedo había acabado o simplemente seguía tan dentro de mí como mis entrañas. 

Lo intentaba una y otra vez diciéndome que todo esto solo duraría un rato más. Un rato que se estaba haciendo demasiado largo. Ya no solo era imposible escapar de él, ¡ya no solo era imposible mirarlo con ojos detestables!, sino que, en un instante, me di cuenta de que lo necesitaba. Se había encerrado dentro de mí, me había llevado a Estocolmo y se había convertido en un viaje agradable. 

A veces, cuando no era él, cuando no era él en absoluto, podía dejar mi caja atrás y devorarlo yo, pero eso solo pasaba a veces, y a veces, siempre es muy poco. 

Pese a todo esto, no dejaba de ser esa bestia. Esa bestia que me cebaba a base de melancólicos anhelos que nunca llegarían, esa bestia que nunca paraba de arrebatarme todo lo que me daba, esa bestia que destrozaba cada uno de mis intentos en creer que yo podría recuperar esa parte de él prácticamente inerte, esa parte atemporal, esa parte que un día fue capaz de quererme tanto como yo lo quería cuando me llevaba a Estocolmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario