25 de diciembre de 2012

Cuando me gire entre la gente serás tú. Sí, ya lo verás.

No encontraba otra salida, y me quedé quieta entre la multitud. Todo el mundo tenía prisa, y yo ni siquiera sabía a donde iba. Chocaban conmigo, había demasiado ajetreo y yo solo necesitaba estar sola. Qué buen sitio, soltó mi yo interior con ironía. Lo miré con tal cara de “me da exactamente igual lo que digas” que solo fue capaz de darme una palmadita en la espalda y decirme que todo iba a ir bien, pero siempre con su humor incompresible y sin saber si está hablando en serio o riéndose de mí. 

Me sentía fuera de lugar. Parecía que iba a caer en redondo al suelo, sin consultarles a los demás si les parecía bien. Pero algo me sostenía. Quizás un ende mágico. El lugar cada vez estaba más concurrido y yo me hacía más y más pequeña por momentos. Intenté de alguna forma salir de allí sin éxito. 

Estaba apunto de caer, pero no me apetecía que nadie me viera. Las bolsas pesaban demasiado, y mi cuerpo. Sobre todo mi cuerpo. Cerré los ojos por un instante y pude verme en una habitación a oscuras, sin nada alrededor más que mi entera soledad. Creo que he encontrado mi ninguna parte, no lo recordaba así. Para nada. Qué descuidada he sido. Soy un desastre, aunque no sea nada nuevo. 

En un segundo recobro el sentido común a golpe de grito infante. No sé ni cuantas veces habré dicho que no me gustan los niños. Busco al semejante bichejo con la miraba y veo su rodilla sangrante. Involuntariamente, por instinto supongo, me acerco. No veo a su madre alrededor, ni nada que se le parezca. Saco un paquete de pañuelos del bolsillo derecho del abrigo, me quito los guantes y me arrodillo delante del niño. Le pregunto si está bien, mientras mojo el pañuelo con una botella de agua que tenía entre mis bolsas. Asiente, y le informo de que quizás le escueza un poco. Apoyo mi pañuelo contra su rodilla y espero a que pare de sangrar. Miro al niño, y no sé que decirle. Mi instinto maternal es totalmente nulo. O inútil según se mire. 

Cuando esta ya es capaz de articular sin dificultad, lo levanto y le digo “anda vete con mami”. Me da las gracias, y un tierno beso en el cachete. Supongo que es tierno, o eso es lo que dicen. Lo veo salir corriendo y darle la mano a una mujer mientras me señala. Esta hace amago de darme las gracias también y saludo de forma cordial. 

Me levanto, cojo todas mis bolsas y busco las llaves del coche. Me largo. Me doy media vuelta y de repente estás ahí. Me giré y estabas ahí. Riéndote de mí como siempre. Crees que agachando la cabeza no veo esa picara sonrisa, pero bueno, vamos a fingir que no la he visto. Debería ir a saludarte. Un paso al frente y todo el centro comercial se ha apagado. ¿Qué pasa? Un foco de luz sobre ti hace que sea capaz de verte pero, ¿y todo lo demás? Eres tú, eres tú y tus ganas, susurra algo desde mi interior. 

No quiero echarme a correr, no, no por favor. Lo último que recuerdo es pestañear y estar frente a ti. ¿Y ahora qué? ¿Dos besos? Supongo que es la forma que tiene de saludarse los amigos.¿Besito a papi?” te oigo decir. Y sonrío, claro que sonrío. Asiento, como una tonta atónita. Y cuando iba a darte un beso casto en el cachete, te giraste, como siempre. Y empecé a crecer. Mi pequeña yo, se volvió una gran yo entre la gente. 

Lo sabía. Sabía que cuando me girara entre la gente ibas a ser tú. Sí, tenías que ser tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario