9 de diciembre de 2012

Estaba sentada bajo la lluvia. En el mismo banco de siempre.

Estoy congelada, necesito que vengas, que vengas de una vez por todas y me abraces, me recojas el pelo y sueltes un topicazo en plan “vámonos a casa”. Lo necesito, de verás que sí. 

A veces vengo aquí porque era nuestro, todo esto. Parecía nuestro. Pero hoy ha sido por pura inercia. No sabía a donde ir, no sabía qué hacer, sentía que iba a explotar, y quería salir corriendo. Y de repente me veo aquí, delante de este banco. Me siento y veo nuestros nombres con compás. Empiezo a temblar. Recorro con los dedos nuestras iniciales y dibujo un bonito corazón. 

Cierro los ojos por un instante y te noto tan cerca, casi puedo oler tu perfume. Inspiro. Noto tu mano subiendo por mi pierna, y tu nariz aproximándose a mi pelo. Te noto, de verdad. No quiero abrir los ojos. Inclino la cabeza y tu fría nariz empieza a deslizarse por mi moflete. ¡Ay, qué frío estás! Como siempre. Me giro y empiezo a notar que tus labios se deslizan cerca de los míos sin llegar a rozarlos. Siempre sabes lo que me gusta. Me muerdo el labio esperando lo inevitable, suspiro y de repente oigo un “¿está ocupado?” Abro los ojos rápidamente saliendo completamente de Oniria y veo a una mujer mayor cargada de bolsas. Asiento atónita e intento ayudarla pero mi cuerpo es incapaz de moverse, parece haberse petrificado. 

Pasan unos minutos hasta que recobro el aliento, que jamás debería haber perdido, y contesto a alguna de las inquisidoras preguntas de la señora. Va demasiado elegante. Si pudiera catalogarla en un estilo pictórico sería el barroco, seguro. Quizás elegante no es la palabra que andaba buscando, ostentosa. 

Oigo como felicita a otras personas de los alrededores sin saber por qué. Aún estoy conmocionada por ese momento tan irreal y espectacular que acabo de vivir. Estaba apunto de… y de repente llegó y me trajo de vuelta al mundo real. No quiero. Me niego. A veces no me explico como soy capaz de abstraerme tanto que ni siquiera oigo el ruido que hay a mi alrededor. 

Llevo mirando al suelo un rato, percibo de alguna manera, quizás mi sentido arácnido, que la señora se va a levantar y que la está esperando el coche negro de enfrente de la calle. Levanto la vista y le pregunto amablemente si necesita ayuda, con una voz demasiado aguda me responde que no, y me sonríe. Me da las gracias, y para cuando me ha felicitado, sin saber por qué, yo ya vuelvo a estar muy lejos de la realidad. 

Me vuelvo a quedar sumida en mis vaivenes, y apago la luz del exterior. ¿Por dónde íbamos? 

Inspiro. Me muerdo el labio, y vuelve a aparecer esa nariz fría rozando mi pómulo izquierdo. Me sonrojo. Me gusta que esté tan cerca, me gusta mucho. Me empieza a dar besitos castos en el cachete tan rápidos como sus labios le dejan. Me hace cosquillas. Qué tonto es, sabe que lo estoy esperando. Empuja con uno de sus dedos mis gafas, y creo oírle decir que parezco una abuelita todo el día con las gafas allá abajo. Me estremezco en el sitio. Me ruborizó aún más. Y mi nerviosismo empieza a ser perceptible a ojos de cualquiera. 

Vamos, hazlo ya.

De repente empiezo a oír un tintineo pero intento que no me saqué de mi mundo. Es imposible. Me noto pesada y ¿empapada? Abro los ojos, y está lloviendo, casi diluviando. No sé cuanto tiempo llevo sentada aquí. Las luces están encendidas, y no veo a demasiada gente en la calle. No me quiero ir. Quiero acabar mi historia. Este no puede ser el final. 

Intento evadirme otra vez por completo pero resulta imposible, tiemblo demasiado. Mi abrigo está empapado. Me levanto e intento meterme en el recinto más cercano. Como no parece haber ninguno abierto, me resguardo con los salientes del techo de un edificio. Busco el portal para sentarme hasta que la tormenta amaine y pueda irme a casa. Llevo demasiado tiempo haciendo la tonta. 

Encuentro la entrada del portal casi sin esfuerzo, y me siento a la entrada. Intento entrar en calor frotándome las manos, pero creo que incluso los guantes se han mojado. Estoy calada hasta los huesos. 

Sin ser consciente de ello el cansancio comienza a ser el portavoz y los parpados hacen lo que éste le ordena. He entrado en calor sin saber como y me encuentro bastante cómoda. No sé si estoy soñando. Pierdo la noción del tiempo. Estoy dormida en un portal cualquiera y no me importa. 

Noto un hormigueo en mi cara, no sé como llamarlo, es reconfortante, me gusta. No quiero abrir los ojos por miedo a que se acabe. Quizás esté soñando otra vez. Empiezo a pestañear y lo veo. Salto interiormente, creo que exteriormente también, y me despierta con un “¿qué haces aquí sola?”. No sé qué decir. ¿De dónde ha salido? ¿Dónde estaba? No lo había visto hace demasiado tiempo. Intento contestar, pero es inútil. Hoy mis cuerdas vocales están de huelga. Pongo expresión de incredulidad y me ayuda a levantarme. No sé a donde vamos, aunque tampoco me importa. 

Y volvemos a estar aquí. En el mismo banco de siempre. La lluvia ha cesado. No consigo decir nada. Se acerca a mí, y noto la punta de su nariz helada en mi cachete, creo que he empezado a temblar, posa su mano sobre mi muslo y con voz entrecortada creo oírle decir “te echaba de menos”, aunque no estoy segura. Se desliza hasta mis labios, por fin, y me besa. No puedo evitar responderle más que con otro beso. 

Coloca sus dos manos en mi cara y empieza a apretarla contra la suya, estamos muy cerca, más de lo que podía haber vuelto soñar nunca. Sonríe. Sonríe mientras me besa. Y le devuelvo la sonrisa. 

Se aleja por un momento, lo suficiente como para poder mirarlo de frente. Tiene los ojos rayados, o yo estoy delirando de la emoción. Paso mis manos por sus ojos y sin dejar de agarrar mi cara, hace que le mire y me dice “Feliz Navidad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario