4 de enero de 2013

Al final ha puesto cortinas.

Se paseaba todas las mañanas por mi ventana. La veía de una forma poco común y a veces me quedaba unos instantes traspuesta mirando fijamente. Debería poner cortinas, o cerrarlas yo. 

No sé cómo ha conseguido que esté en su puerta apunto de tocarla. Sabe que soy nueva y me mira de manera perversa, de arriba abajo y sin dejar de morderse el labio. Comienza a vestirse con esos atuendos que le veo a través de la ventana. Empiezo a contraerme. Estoy sentada en una silla en medio de vete tu a saber qué plan y no consigo desacelerar mi respiración. Se pone delante de mí con una pierna a cada lado de las mías cruzadas y se agacha hasta mi lóbulo izquierdo. Me muerde, suspiro y agarro la silla con fuerza. Dejo caer las manos y para cuando me doy cuenta las tengo atadas con alguna pieza de cuero. 

Me trata como quiere, me viste y me desviste a su antojo. Nunca me había visto en plan dominatrix. Llevo una peluca negra corta con flequillo y estoy frente al espejo. Me gusta lo que veo y a ella también. Me ha puesto un corpiño de cuero negro que con el mínimo movimiento me las deja al descubierto. Y después está el culotte y esta especie de faja que me hace una figura espectacular. Culmina mi vestimenta con unos tacones nivel plataforma negros de aguja y quince centímetros, más o menos como el amigo que le veo encima del comodín. 

No me ha desatado, y ahora parece que me quiere amordazar. Por dios, ¡decidle que estoy chorreando! Me vuelve a sentar en la silla en la misma postura inicial, me rompe todo lo que me ha puesto hasta acariciar lo más preciado que tengo y empieza a empujar. Primero uno y después dos. Lento y luego rápido, muy rápido. Está de rodillas frente a mí. Agacha la cabeza y empieza a pasear su lengua por cada una de las dobleces que se encuentra. Estoy desatada, no literalmente. Me quiero mover, me tiemblan las piernas. Necesito que me suelte y me tire al suelo. Que me desnude del todo y me muerda, y que me dé fuerte. 

Acabo por notar su último lenguetazo hasta en la nuca, cualquier día me matan estos escalofríos, y me dejo ir. 

Creo que caí en redondo en esa silla. Para cuando me desperté, estaba en mi cama, con un albornoz que no reconocía y un olor a sumisión impropio de mi carácter  Lo ha hecho. Y ahora ni siquiera sé dónde está ni como me ha dejado aquí. Solo sé que ha desaparecido, y ha puesto cortinas. 

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