6 de noviembre de 2011

Adiós Mónica. Parte VI.

Ha quedado con él. Donde siempre. Donde el helado de cumpleaños. Una cómica historia esa. Él día después del cumpleaños de este chico, ella le compro una tarrina de helado, unas velas y unos globos. Pero no las típicas velas de los numeritos, no, sí no de esas que tienes que soplar una barbaridad para que se apaguen, de las finitas, que vienen cientos en un paquete. Lo preparo todo en unas escaleras por fuera de su casa. Lo llamo y cuando salió, cumpleaños feliz, cumpleaños feliz… ya os sabéis el resto. Pues, quedaron en ese lugar. El domingo al atardecer.
Hoy es domingo. Fue completamente desarreglada y mientras se acercaba al lugar, los ojos se le rayaban cada vez más, y su ser se estremecía. Lo vio de lejos, caminado hacia ella. Aceleró su paso y se abrazo a él, y empezó a llorar, pensando que era la última vez que lo iba a abrazar. No entendía por qué lloraba. Él no había hecho nada. Le seco las lágrimas, y la llevo hasta las escaleras. Para su sorpresa, esas escaleras grises, y sucias, estaban llenas de pétalos, y había velas por doquier. Cayó al suelo, dejándose deslizar entre sus piernas y acabando sentada de una forma un tanto peculiar. Se puso las manos en la cara, intentado secar las miles de lágrimas que caían de esos ojitos achinados marrones que tiene. “¿Te gusta?” No le gustaba le encanta. Se sentó en el suelo con ella. Le paso el brazo por encima, despejo su cara, y la beso. Sin decir ninguna palabra, no hacía falta.
Pasaron varios minutos hasta que supo cómo reaccionar. Gracias. Hay veces que resulta de lo más seca, pero no era este el caso. Ese gracias, contenía más de mil sensaciones. De repente su llanto pasó de ser de tristeza a convertirse en felicidad. Ya no quería preguntarle nada sobre la otra, no importaba. ¿Me escuchas? ¡No importas! Y no era el momento, se transformo todo en uno de esos que no serias capaz de olvidar. Anocheció, y salió la luna. Una de esas lunas llenas en las que él está presente. Y se convirtió en un domingo astromántico.
Cosas como esa  hacen que sus miedos se esfumen, y se dé cuenta de que no la cambiaría, ni por ella, ni por nadie. 

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