10 de noviembre de 2011

Era un querer salir corriendo.

Nunca debió reaccionar así. Puede haber miles de tópicos en los que se dice que llorar es de débiles, y de personas sumidas en la tristeza. Pero ella no era de estos casos. Lloraba porque lo tenía, entre sus brazos, abrazándolo fuerte, y sin separarse de él, buscando la razón de por qué estaba allí, junto a ella. Lloraba de felicidad, y de rabia. Nunca entendió porque tan poca confianza en sí misma, en estos aspectos. Lo necesitaba, a él. Y lo echaba de menos al despedirlo, cuando ni aun siquiera se había dado la vuelta, lo echaba de menos, y lo veía irse, caminar con ese paso firme, que lo hacía destacar entre los otros. Era un querer salir corriendo detrás de él y no poder, agarrarle de la mano, y que se parase, y la mirase, fijamente,  mientras el tic-tac del reloj se detenía. Y que en un instante se desvaneciese en el suelo, no por un sentimiento de tristeza, si no de no querer separarse de él ni un solo momento. 

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